El Poder que guarda el Silencio

Apuntes sobre mi viaje por las aguas de la psiquis (Parte 3/3)

Estar ante un puente o un umbral involucra tres experiencias. 

Una es la que tenemos en este lado, mientras contemplamos lo que llegamos a ver y pisamos tierra firme. Todo el mundo que conocemos es el que se mantiene quieto debajo de nuestros pies.

En este lado, tenés una certeza: si te quedás quieto, todo va seguir igual, con los mismos elementos, todo tal como lo conocés.

¿Alguna vez quisiste que suceda algo diferente, que pase algo distinto a lo que pasa siempre?

Suponés que eso distinto, tal vez, esté del otro lado. Pero cuando mirás hacia delante, no llegás a ver todo lo que te espera si cruzás.

Otra experiencia es la que tendrás una vez que llegues al extremo opuesto del puente y quede totalmente descorrido el velo que oculta lo que aún tus ojos no ven.

Pero la tercera es la experiencia que más me interesa, la que resulta clave a mi entender: la que tenés mientras estás cruzando. Cada paso lleva el latido de lo incierto. Cada rincón es una mezcla entre lo conocido y lo nuevo. Las sincronicidades te muestran el rumbo propio. Pero surge el temor a lo desconocido.

Si querías que suceda algo distinto, este es el lugar correcto. Querrás escapar de la incomodidad, pero desde tu interior surge una certeza inquebrantable, tu presencia firme. Afrontar el temor, confiar, seguir avanzando.

Todo comenzó hace tiempo, con elementos de mi sombra que se manifestaron en el territorio, la casa, los lugares que habité. Elementos que debía resolver en relación al espacio propio. 

Decidí encontrar un sitio para mí, barajar y dar de nuevo. Jugar el juego desde el otro lado, cruzar. 

Encontré el lugar y me mudé.

Cuando tenemos una visión fuerte, el mayor desafío es acompasar el querer con la realidad. La brecha nos impulsa a transitar el camino integrando los elementos que parecen obstaculizar. Y los aparentes obstáculos son piezas claves del recorrido.

Las partes más rechazadas de la psique emergen desde la sombra, no para atormentarnos sino para que logremos integrarlas. Pero la integración comienza cuando dejamos de buscar las dosis que el cerebro pide para recrear el escenario conocido y enfrentamos la incomodidad sin escapar.

Al principio, era un lugar vacío, luego muchas cajas apiladas y el sol entrando que dibujaba arcoiris a lo largo de las paredes. Terminaba el mes de Junio.

Junio y Julio rompen el año en dos mitades. En el medio se ubica el elemento cohesivo, como una bisagra o un puente. Algo que separa y, a la vez, une. No me había dado cuenta que estos dos meses comienzan con las mismas letras que mi nombre. Tampoco me había dado cuenta hasta ahora, que en estos meses ocurrieron eventos claves en mi vida, los cuales quedan registrados como los “antes y después”. Eso que sucede lo puedo reconocer como un rayo que viene a despertarme, a recordarme una verdad o movilizar mi conciencia para ponerme en acción.

En Junio me animé a avanzar; en Julio comencé a cruzar.

Lo primero que descubro es el silencio. El vacío de un espacio en silencio.

La libido, que es energía psíquica, cuando ya no se expresa hacia el exterior, cuando conscientemente es retenida dentro, comienza a resguardarse. Si podemos permanecer ahí y no llenar eso con ruido o distracciones, seguramente no sepamos a dónde dirigir la libido y ésta comience a ir hacia un lugar que no tenemos claro. Estamos en el comienzo del proceso, recién empezamos a cruzar.

Si intentamos escapar del silencio (como le ocurre a la mayoría) nada significativo sucederá y no seguiremos cruzando.

En cambio, si logramos permanecer en el silencio, la estructura que mantenía las cosas tal y como las conocíamos comienza a derrumbarse, el silencio se siente como incomodidad, ansiedad y necesidad de hacer cosas de manera automática.

Ante el silencio, lo que se rompe es la Persona (personalidad), la máscara con la que te viniste identificando. Si estabas muy identificado con esa máscara, al quebrarse ésta, todo se siente como la muerte.

Si te mantenés consciente, la muerte es material aprovechable. Al morir una parte tuya, allí habrá espacio para resurgir.

Este quiebre de la máscara es un éxito, produce una revelación, algo que estaba por debajo, materia prima para que las cosas sucedan de un modo distinto.

¿No era ese el objetivo antes de cruzar?

Cuando podemos hacer propia la energía psíquica de la libido y logramos redirigirla conscientemente, en lugar de dispersarla inconscientemente, no sólo cambia lo que podemos lograr sino que, sobre todo, cambia en lo más profundo quiénes somos.

Al comenzar a quebrarse la máscara, en mi caso, al encontrarme con el silencio, descubrí que esa máscara guardaba una doble necesidad: la de cuidar a otro y la de ser cuidada.

La máscara tiene todos los elementos necesarios para que la realidad se repita y siga siempre igual. La máscara quiere impedir que sigas cruzando. Para eso, utiliza como armas todas las cosas que te generan adicción, compulsión y automatismos.

Se siente como abstinencia, uno puede ser adicto a cuidar a otro y entrar en dinámicas donde la situación exige que otro te cuide. Cuando no está esa persona o no aparecen las circunstancias, cuando estás frente al vacío, frente al silencio: ¿con qué lo llenás? 

En el fondo nos pasa lo mismo con diferente objeto, hay un vacío que es el gran interrogante sobre nosotros mismos, ese vacío es lo mismo que arde en vos y quiere liberarte.

Si siento la falta de alguien para cuidar y me dejo arrastrar por esa misma configuración de siempre, el error es no ver mi propia fragilidad y escaparme del lugar preciso en donde debo permanecer. 

La adicción que se activa en el cuerpo es esa respuesta química, información guardada de traumas y vivencias por generaciones, actualizada al hoy. La adicción a cuidar al otro esconde una necesidad propia de ser cuidada o protegida. Un miedo muy profundo a “no poder sola”. El miedo a que no me necesiten, a no ser útil. Esconde el gran interrogante sobre mí misma.

Y lo Real que está detrás sólo aflora cuando aparece el momento, en el espacio vacío, ante el silencio en el cual podemos permanecer. Superando con firmeza esa necesidad de llenar el vacío con algo, frente al vértigo de quedar ante uno mismo.

Mientras cruzo, ejecuto varias liberaciones. Partes de mi pasado que volvieron para que las vea. Al verlas y reconocerlas, elegí liberar cada una de esas piezas de memoria. Y allí quedó lugar para algo nuevo que se va formando, lo cual aún no tiene palabras.

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El aprendizaje que vivencié en mi camino y que fui plasmando en mis acompañamientos, se manifestó como dos fuerzas potentes que hoy encarno.

Trabajar e investigar sobre los arquetipos (en mi propia vida y en los espacios de sesiones y talleres), me permite reconocer a estas dos partes que hoy se erigen dentro mío: 

Mi madre interna, la parte que empezó a cuidarme a mí en lugar de buscar afuera a alguien para cuidar.

Mi guerrera interna, la parte que sabe actuar, poner límites, protegerme y tomar decisiones adecuadas para mi bien. 

Con la unión de estas dos partes voy construyendo mi seguridad, mientras sigo cruzando.

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En La Travesía (curso-taller que dicté en 2024), esta es la unión del Bienhechor -que se asocia con la parte materna, dispuesta a cuidar a los demás, a nutrir y servir con amor- y el Guerrero -la figura masculina, paterna, que puede proteger y proveer de lo necesario.

Estos dos arquetipos forman parte de la configuración del ego

La máscara, que se resquebraja cuando cruzás el puente, tiene que adoptar nuevas posturas y resignificar a estos arquetipos para que el ego ya no repita sus automatismos y puedas seguir cruzando, mantenerte en el silencio, adoptando una nueva posición para erigir una configuración saludable y madura del ego, una nueva Persona que quiere nacer.

El Guerrero y el Bienhechor, como figuras parentales dentro nuestro, tienen la función de proteger al Inocente y al Huérfano (las formas de la niñez dentro nuestro).

Los dos ejes claves del ego, la seguridad (que necesitan el Inocente y el Huérfano) y la responsabilidad (que adoptan el Guerrero y el Bienhechor) son las partes que, uniéndose y trabajando en conjunto, hacen que experimentemos la estabilidad, certeza, confianza y protección en nosotros mismos, una seguridad que se nutre de un amor y una validación profunda por quiénes somos.

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En estos días donde lo antiguo cede paso y se asienta más lo nuevo, terminando el mes de Julio, estoy renovando la web, dando inicio a otra etapa y emprendiendo más propuestas. Ahora La Travesía y los nuevos cursos (próximamente) estarán aquí.

Me asombra la vida cuando de pronto algo muta, cuando ya no se siente incómoda la experiencia. Es fascinante descubrir algo más en mi interior, lo que surge donde se ha hecho espacio. A cada instante que seguimos avanzando, permaneciendo en el silencio, hay un velo para descorrer.

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La segunda parte la leés acá.
La primera parte la leés acá.

Lo que está oculto en el corazón

Apuntes sobre mi viaje por las aguas de la psiquis (1a. parte)

Todavía conservo una cajita en cuya tapa está dibujado con témpera mi nombre junto a unos garabatos de niña. Esa caja era el lugar donde guardaba los dibujos y los regalos que le hacía a mamá y papá. Una maestra me ayudó a escribir mi nombre porque recién comenzaba a conocer las letras. Después le pinté unas flores y lo rodeé de colores. 

—Esta es tu caja especial, guardá aquí lo que te guste, lo que sea valioso para vos.

Otros niños guardaban sus juguetes y objetos preciados; a mí me gustaba reservar esa cajita exclusivamente para los regalos que preparaba para llevar a casa.

Desde pequeña sentí que los regalos pueden sanar algo que está roto, pueden movilizar un amor que se ha agrietado. En mi corazón de niña, lo que sentía que debía curar era la brecha que se había abierto entre mamá y papá, como una fuerza que los obligaba a distanciarse cada vez más, un humo negro que los dividía y, a la vez, me tragaba.

Ese humo desdibujó el rostro de mamá, ese que antes lucía pleno de vida como una estrella que exhibe destellos de luz y lleva encriptada información milenaria. Me fui creando un refugio en los lugares donde la vida no se ponía tan áspera, pero en todos los escenarios que me vieron crecer, llevé la premisa de actuar correctamente, de hacerlo perfecto, consiguiendo el reconocimiento y la validación de papá.

Descubriendo el rol fijo

El peso se hizo más intenso sobre mis espaldas el día que le dije a mi padre “yo soy feliz si vos y mi hermanito son felices”, unos minutos después que nos contara que mamá sería internada y nos quedaríamos viviendo con él. 

“No te preocupes, papá”. Con esas palabras sellé en mí la marca de un rol que quedó fijo y se ocultó en mi corazón.

Mi camino comienza cuando tuve la certeza de que ese rol fijo no era yo misma, que una esencia libre de ataduras esperaba ser descubierta y rescatada del olvido.

El sentido de las líneas que escribo y de los espacios que brindo está impregnado de mi búsqueda por los aspectos no condicionados del ser, no domesticados, los cuales van más allá de los roles impuestos por la familia y la sociedad.

Mis investigaciones se focalizan donde es preciso sellar las grietas y extraer conocimiento y fortaleza de la sombra. Este propósito comenzó a definirse como aportar orientación en la oscuridad para iluminar lo que no se ve, desanudar lo que impide movernos libremente, armonizar cuando hay colisión de opuestos que es preciso reunificar.

Salir del automatismo

En la psiquis, siempre hay una división entre partes que han quedado fraccionadas por nuestras historias dolorosas, por argumentos ocultos que operan desde la sombra. 

La brecha que percibía con dolor mi corazón de niña separaba, a la vez, a mis padres y a dos aspectos de mí misma que aún busco reunificar para reconstituir a mi ser como unidad. Este proceso requiere un viaje hacia las aguas turbias de la psiquis. A partir de que lo emprendí, el rostro de mi madre se ha vuelto a dibujar con su destello de luz, se ha vuelto a integrar como una de mis partes. El rostro de mi padre busca reunificarse dentro mío como aliado, reclamado por esos dolores que se habían convertido en escudo.

El trauma o dolor generalmente se atesora como algo que no queremos dejar ir, porque en alguna medida nos define. El ego arma estrategias para que el dolor no se vea, para no exponerse y, aún así, conserva el dolor porque soltarlo implicaría quedar vacío. Para evitarlo, el ego desarrolla mecanismos de defensa que ocultan el dolor real (como la negación, la proyección y la racionalización o excusas).

En gran parte, enfrentarme a esos mecanismos para acceder a lo oculto me permitió comprender que el ego se compone de distintos elementos, los cuales hay que saber manejar. El ego tiene la función de proteger, satisfacer nuestras necesidades y constituirnos como un sujeto que puede relacionarse al mundo. Por lo tanto es un mediador entre el interior y el exterior. Tiene valor como indicador de límites individuales, pero necesita integrarse con el alma y el espíritu para experimentar significado. Un ego maduro incluye la satisfacción de la autoestima equilibrando el desarrollo del individuo con el de la familia, la comunidad, etc. Es necesario recorrer las zonas ocultas para liberar el dolor y perfeccionar al ego, convertirlo en un vehículo saludable que juegue a favor del individuo y no quede cristalizado en el trauma.

Comienza mi viaje por los arquetipos

Cuando identifiqué que en mi personalidad se habían cristalizado el arquetipo de la Huérfana y de la Bienhechora, decidí profundizar en mi viaje interno. Atravesar la máscara y dotar a mi realidad de todo el espectro de luces y sombras disponible en mí como potencial. La investigación me llevó a estudiar el abanico de arquetipos e indagar formas de sellar las grietas, desanudar las trabas.

La Huérfana dentro mío fue la más palpable y fácil de reconocer, por ese dolor profundo, esa brecha. Siempre que se cristaliza este arquetipo, hay un abandono por remediar. Mi niña interior se culpó a sí misma cuando mis padres se separaron. Y, desde la Huérfana, se reforzó el dolor creando situaciones donde se confirmaba el abandono (con otras relaciones). El mecanismo de mi ego me decía que yo era inadecuada, que mejor me apartara y rechazara incluso a quienes trataban de ayudar.

La Bienhechora dentro mío apareció claramente cuando registré un aspecto central de mi rol: siempre me vi devorada por una compulsión a dar y sacrificarme. Tenía una creencia subconsciente que reforzaba la cristalización de mi bienhechora interna: si hacía todo para los demás, si me entregaba a dar, sería querida y valorada.

Un gran hito en mi viaje fue la creación del taller La Travesía que preparé durante varios meses mientras buceaba en mis aguas. La motivación que me llevó a brindar esta propuesta en grupos durante el 2024 fue compartir la pócima de mis investigaciones, facilitando que otros puedan realizar sus propios viajes hacia la profundidad de la psiquis.

¿Qué dicen los asistentes a La Travesía?

Tu viaje hacia las aguas de la psiquis

Actualmente, La Travesía está disponible online para que lo recorras a tu ritmo en un viaje donde conocerás las diferentes facetas e instancias arquetípicas que atravesamos en la vida, las identificarás en vos y conectarás internamente las partes para expresarte desde tu versión más esencial. Harás consciente la forma en que encarnás los arquetipos y podrás elegir cómo navegar las facetas, con un mapa para atender a tu llamado cada vez que se presente en tu vida.

En este artículo menciono a los primeros dos arquetipos que identifiqué en mí y me gustaría cerrar con una alusión más.

La brecha que dolía en mi corazón comenzó a curarse cuando dejé de negar lo que sentía, cuando dejé de olvidarme de mí misma.

La importancia de admitir al Huérfano en nuestro interior es que no se sienta abandonado por nosotros mismos. Para el mundo, es un mandato estar bien todo el tiempo y eso muchas veces lleva a que los adultos, por temor a ser juzgados, escondan un niño interno vulnerable, perdido o herido. Como resultado, ese niño no sólo está dolorido por el abandono sino, a su vez, está olvidado, oculto. Donde el Inocente siente y confía que la pureza y la valentía serán recompensadas, el Huérfano cree que no será así y que, con frecuencia, prospera la maldad. El huérfano encarna al idealista decepcionado, al inocente desilusionado.

A raíz de mi viaje, entendí que el temor a ser abandonada o a sentir decepción, la permanente traición a mis propios sueños, la impotencia y la preocupación, se debían a que estaba experimentando la vida desde la sombra del huérfano. También comprendí que había adoptado al bienhechor como una estrategia para sobrevivir, siendo y haciendo todo por los demás. 

¿Cuánto de estos argumentos opera silenciosamente en vos?

¿Cuáles son las historias que yacen ocultas en tu corazón?

Te invito a que emprendas tu propio viaje, acompañado/a por este recorrido que transité y te comparto en La Travesía, disponible aquí.

La segunda parte de los "Apuntes" la leés acá