Apuntes sobre mi viaje por las aguas de la psiquis (1a. parte)

Todavía conservo una cajita en cuya tapa está dibujado con témpera mi nombre junto a unos garabatos de niña. Esa caja era el lugar donde guardaba los dibujos y los regalos que le hacía a mamá y papá. Una maestra me ayudó a escribir mi nombre porque recién comenzaba a conocer las letras. Después le pinté unas flores y lo rodeé de colores.
—Esta es tu caja especial, guardá aquí lo que te guste, lo que sea valioso para vos.
Otros niños guardaban sus juguetes y objetos preciados; a mí me gustaba reservar esa cajita exclusivamente para los regalos que preparaba para llevar a casa.
Desde pequeña sentí que los regalos pueden sanar algo que está roto, pueden movilizar un amor que se ha agrietado. En mi corazón de niña, lo que sentía que debía curar era la brecha que se había abierto entre mamá y papá, como una fuerza que los obligaba a distanciarse cada vez más, un humo negro que los dividía y, a la vez, me tragaba.

Ese humo desdibujó el rostro de mamá, ese que antes lucía pleno de vida como una estrella que exhibe destellos de luz y lleva encriptada información milenaria. Me fui creando un refugio en los lugares donde la vida no se ponía tan áspera, pero en todos los escenarios que me vieron crecer, llevé la premisa de actuar correctamente, de hacerlo perfecto, consiguiendo el reconocimiento y la validación de papá.
Descubriendo el rol fijo
El peso se hizo más intenso sobre mis espaldas el día que le dije a mi padre “yo soy feliz si vos y mi hermanito son felices”, unos minutos después que nos contara que mamá sería internada y nos quedaríamos viviendo con él.
“No te preocupes, papá”. Con esas palabras sellé en mí la marca de un rol que quedó fijo y se ocultó en mi corazón.
Mi camino comienza cuando tuve la certeza de que ese rol fijo no era yo misma, que una esencia libre de ataduras esperaba ser descubierta y rescatada del olvido.
El sentido de las líneas que escribo y de los espacios que brindo está impregnado de mi búsqueda por los aspectos no condicionados del ser, no domesticados, los cuales van más allá de los roles impuestos por la familia y la sociedad.
Mis investigaciones se focalizan donde es preciso sellar las grietas y extraer conocimiento y fortaleza de la sombra. Este propósito comenzó a definirse como aportar orientación en la oscuridad para iluminar lo que no se ve, desanudar lo que impide movernos libremente, armonizar cuando hay colisión de opuestos que es preciso reunificar.
Salir del automatismo
En la psiquis, siempre hay una división entre partes que han quedado fraccionadas por nuestras historias dolorosas, por argumentos ocultos que operan desde la sombra.
La brecha que percibía con dolor mi corazón de niña separaba, a la vez, a mis padres y a dos aspectos de mí misma que aún busco reunificar para reconstituir a mi ser como unidad. Este proceso requiere un viaje hacia las aguas turbias de la psiquis. A partir de que lo emprendí, el rostro de mi madre se ha vuelto a dibujar con su destello de luz, se ha vuelto a integrar como una de mis partes. El rostro de mi padre busca reunificarse dentro mío como aliado, reclamado por esos dolores que se habían convertido en escudo.

El trauma o dolor generalmente se atesora como algo que no queremos dejar ir, porque en alguna medida nos define. El ego arma estrategias para que el dolor no se vea, para no exponerse y, aún así, conserva el dolor porque soltarlo implicaría quedar vacío. Para evitarlo, el ego desarrolla mecanismos de defensa que ocultan el dolor real (como la negación, la proyección y la racionalización o excusas).
En gran parte, enfrentarme a esos mecanismos para acceder a lo oculto me permitió comprender que el ego se compone de distintos elementos, los cuales hay que saber manejar. El ego tiene la función de proteger, satisfacer nuestras necesidades y constituirnos como un sujeto que puede relacionarse al mundo. Por lo tanto es un mediador entre el interior y el exterior. Tiene valor como indicador de límites individuales, pero necesita integrarse con el alma y el espíritu para experimentar significado. Un ego maduro incluye la satisfacción de la autoestima equilibrando el desarrollo del individuo con el de la familia, la comunidad, etc. Es necesario recorrer las zonas ocultas para liberar el dolor y perfeccionar al ego, convertirlo en un vehículo saludable que juegue a favor del individuo y no quede cristalizado en el trauma.
Comienza mi viaje por los arquetipos
Cuando identifiqué que en mi personalidad se habían cristalizado el arquetipo de la Huérfana y de la Bienhechora, decidí profundizar en mi viaje interno. Atravesar la máscara y dotar a mi realidad de todo el espectro de luces y sombras disponible en mí como potencial. La investigación me llevó a estudiar el abanico de arquetipos e indagar formas de sellar las grietas, desanudar las trabas.

La Huérfana dentro mío fue la más palpable y fácil de reconocer, por ese dolor profundo, esa brecha. Siempre que se cristaliza este arquetipo, hay un abandono por remediar. Mi niña interior se culpó a sí misma cuando mis padres se separaron. Y, desde la Huérfana, se reforzó el dolor creando situaciones donde se confirmaba el abandono (con otras relaciones). El mecanismo de mi ego me decía que yo era inadecuada, que mejor me apartara y rechazara incluso a quienes trataban de ayudar.
La Bienhechora dentro mío apareció claramente cuando registré un aspecto central de mi rol: siempre me vi devorada por una compulsión a dar y sacrificarme. Tenía una creencia subconsciente que reforzaba la cristalización de mi bienhechora interna: si hacía todo para los demás, si me entregaba a dar, sería querida y valorada.
Un gran hito en mi viaje fue la creación del taller La Travesía que preparé durante varios meses mientras buceaba en mis aguas. La motivación que me llevó a brindar esta propuesta en grupos durante el 2024 fue compartir la pócima de mis investigaciones, facilitando que otros puedan realizar sus propios viajes hacia la profundidad de la psiquis.
¿Qué dicen los asistentes a La Travesía?
Tu viaje hacia las aguas de la psiquis
Actualmente, La Travesía está disponible online para que lo recorras a tu ritmo en un viaje donde conocerás las diferentes facetas e instancias arquetípicas que atravesamos en la vida, las identificarás en vos y conectarás internamente las partes para expresarte desde tu versión más esencial. Harás consciente la forma en que encarnás los arquetipos y podrás elegir cómo navegar las facetas, con un mapa para atender a tu llamado cada vez que se presente en tu vida.
En este artículo menciono a los primeros dos arquetipos que identifiqué en mí y me gustaría cerrar con una alusión más.
La brecha que dolía en mi corazón comenzó a curarse cuando dejé de negar lo que sentía, cuando dejé de olvidarme de mí misma.
La importancia de admitir al Huérfano en nuestro interior es que no se sienta abandonado por nosotros mismos. Para el mundo, es un mandato estar bien todo el tiempo y eso muchas veces lleva a que los adultos, por temor a ser juzgados, escondan un niño interno vulnerable, perdido o herido. Como resultado, ese niño no sólo está dolorido por el abandono sino, a su vez, está olvidado, oculto. Donde el Inocente siente y confía que la pureza y la valentía serán recompensadas, el Huérfano cree que no será así y que, con frecuencia, prospera la maldad. El huérfano encarna al idealista decepcionado, al inocente desilusionado.
A raíz de mi viaje, entendí que el temor a ser abandonada o a sentir decepción, la permanente traición a mis propios sueños, la impotencia y la preocupación, se debían a que estaba experimentando la vida desde la sombra del huérfano. También comprendí que había adoptado al bienhechor como una estrategia para sobrevivir, siendo y haciendo todo por los demás.
¿Cuánto de estos argumentos opera silenciosamente en vos?
¿Cuáles son las historias que yacen ocultas en tu corazón?
Te invito a que emprendas tu propio viaje, acompañado/a por este recorrido que transité y te comparto en La Travesía, disponible aquí.
