EL OLVIDO

El olvido nos arrancó las alas, en la caída nos dejó un cosquilleo, un vacío.

Habitamos bajo un velo que anestesia, descentra el eje interno, rompe en mil pedazos la unidad original.

Un ensueño, la forma de adaptarnos a la civilización, que nos deja encerrados en la cruda separación.

Un cerco nos aleja del origen.

Queda la estela, un destello, un pulso que vibra, el mismo que suena y vibra en todos los corazones, en los centros diamantinos de todos los seres vivos.

Si oigo el destello, la concepción acerca de mí se transforma completamente, ya no puedo sentirme el sujeto sufriente y limitado que creía ser.

Percibo en el silencio, me permite notar lo que ya soy.

Somos células de un entramado con acervo primigenio pero insistimos en amaestrar lo original. Nos adiestran para olvidar la corriente infinita y para entregar nuestra propia vida.

Habitamos bajo el velo inconsciente de una familia, región, sociedad, época, contribuyendo a una estructura en ruinas, que se alimenta de la energía vital de seres humanos y de toda forma de vida.

Construimos torres de ilusión para suponer por un rato que tenemos el control, tapamos el miedo a existir. Lo que subyace es el pulso vibrante, el potencial.

RECORDAR

Nos quedó un vacío donde debería haber vida, pensamos que los objetos van a recomponer el hueco, la angustia, creemos que necesitamos cada vez más cosas, más dinero, más estructura material.

Entonces vamos tras el consumo para satisfacer necesidades que terminan sin saciarse, las cosas anestesian por un rato y luego resultan insuficientes: vamos por más objetos, riquezas, consumimos personas y experiencias.

Buscamos llenar el vacío pero nada es suficiente.

La lógica de insatisfacción alimenta la sed de consumir y, a la vez, ser carne de cosecha.

Recordar: regresar al origen, al misterio del latido, a la vida con su comportamiento caótico, impredecible, la propia esencia fuera del orden telúrico de la creación.

El latido del corazón es salvaje, las olas que rompen en el mar son salvajes, la gota que cae es salvaje. Si no recordamos seguiremos atrapados en sueños inconscientes, creyendo que decidimos, cuando en realidad sólo estamos reaccionando a reglas y pactos.

No hay nada vivo en reaccionar.

EL SUSURRO

La vida habita en mi cáscara: mi cuerpo, que es de tierra. Entro en una camisa de hierro, aprendo de los resquicios que me ofrece, aprovecho su barro. De mi cuerpo aprendo.

Recuerdo, en el silencio.

Dejo que ingrese aire por la nariz y sólo escucho un bombeo, se agranda y se derrite, lato en el rugir de un león que se expande lento y se contrae, con los latidos de mi casa de sangre, donde el aire y lo rojo bailan.

De mi cuerpo aprendo el ritmo de vivir. La camisa de hierro alimenta la expansión de mi tórax, me devuelve al estado previo al caos, previo a la caída. Allí soy libre, sólo eso. 

Una voz me nutre, su armonía deja una estela.

La camisa de hierro, un halo protector: me resguarda de dormir el sueño de la ilusión.

Mi cuerpo es de tierra, es tan solo humano. La línea telúrica cruza mi soplo divino.

Regresar del olvido, despertar del sueño que habitamos en esta máscara telúrica.

Si se derritiera mi cuerpo y sólo quedara el barro abandonado, mi verdadero lenguaje seguiría el rugir, el estruendo, iría hacia el lugar donde se forma la voz y se tejen los sonidos.

El recuerdo sólo me lo puede proporcionar la voz que susurra adentro.